Está prohibido cantar o la rebelión del agua

 

Yadira Álvarez Betancourt

Decidieron que todos, entre ellos las mujeres, debían retornar a la antigua usanza —que no era con mucho la más antigua, ni tanto—, según la cual estaría prohibido cantar, bailar, aplaudir, volar cometas, dibujar, practicar deportes, demostrar amor, reír… En resumen, que en la práctica estaba prohibido ser feliz. Casi que estaba prohibido ser mujer.

Nada le molesta más a Iyalode que la prohibición de cantar. Por eso mandó a ijapa que se metiera en las redes de los pescadores, para que viajara a la cocina, donde estaban las mujeres, y les hablara. Porque las mujeres son parte de ella, como el agua que entra por debajo de la tierra si encima hay un muro. De tantos muros como hay, las mujeres de estos lares además han aprendido a ser agua, como Iyalode.
Nada decía la usanza sobre prohibir los cascabeles, e  ijapa le dijo a las mujeres que la diosa veía con malos ojos la prohibición de cantar y ser felices y les daba permiso para usarlos, porque el silencio es mal consejero.

O

Entonces todas consiguieron —para sus ropas y las de sus hijos— cascabeles y campanitas que tintineaban a su paso, revelando en secreto tibios lenguajes de sonido, canciones de rebeldía que marcaban su andar y su protesta. Caminaban entre tintineos, y a su son metálico revelaban el desafío de su feminidad.

Había cascabeles de plata y de oro, cascabeles de simple níquel dorado o cobre, bichitos de metal cantante que en número sobregirado invadieron la ciudad. No había una sola mujer sin campanita.

Como ellas los querían, los artesanos comenzaron a fabricarlos. Cuando les prohibieron también a ellos perder el tiempo con alhajas, los comerciantes empezaron a traerlos de contrabando metidos en tanques de agua, envueltos en algodón o enterrados en sacos de arena, para que no se delataran con el tintineo.

E Iyalode sonrió.

Entonces aquellos, molestos porque no podían poner nombre a aquella rebelión de tin-tin-tan, decidieron prohibir los cascabeles porque eran “joyas escandalosas y libertinas, lesivas a la moral”. Y las mujeres volvieron a hacer silencio.

Sin embargo, ijapa volvió a las redes y les reveló que Iyalode seguía con ellas, y que las suelas de madera son más sonoras que los zapatos de tela o piel, y fue entonces la invasión del chancleteo contra las piedras de los caminos. El tin-tin-tan fue sustituido por el tap-clac-tap de zapatos veloces. Y vuelta a empezar.

Entonces los tiranos —que nada sabían de Iyalode—, hastiados de tanta chancleta, prohibieron las sandalias de suela de madera y ordenaron el silencio como norma obligatoria y universal, so pena de lapidación.

Pero las mujeres, agua traviesa al fin, escucharon de nuevo los consejos de Iyalode, quién les contó, por boca de ijapa, que el latigazo de los velos contra el cuerpo y el vestido también es una canción. Que caminar rápido, cambiar de dirección, contonearse, girar, hace que la fea tela oscura de cualquier prisión cante y retumbe y grite, y suene con el rumor de alas de los pájaros libres que ellas no son. Aprendieron formas nuevas de moverse, de modo que emitieran secretos mensajes con el flagelar de telas en el viento, como las tormentas y el batir de las aguas que La Señora tanto ama.

Ahora están las mujeres esperando, a ver si también les van a prohibir los velos. Seguras de que otra manera de rebelarse encontrarán, porque saben que Iyalode no las abandonará en el silencio, nunca más.

 

 

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Author: en-rojo